22-05-2015

Bienvenido a nuestro bando, Guillermo


Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena. Yo añadiría que nunca es tarde para despertar, aunque sea dándose de bruces contra la realidad. Viene esto a cuento de que mi amigo Guillermo de la Dehesa escribió en El País la semana pasada un artículo bajo el título "¿Tiene realmente futuro la zona euro?". Digo mi amigo, porque así lo considero aunque haga mucho tiempo que no nos vemos, ya que durante varios años, en los primeros gobiernos socialistas, coincidimos en el comité de dirección del Ministerio de Economía y Hacienda, época de la que guardo un grato recuerdo.


Después ambos seguimos caminos muy distintos. Yo opté por asumir una postura crítica hacia la política económica oficial, incluyendo el proyecto de la Unión Monetaria Europea; a Guillermo, por el contrario, le aguardaban grandes designios y puestos importantes tanto en el sector político como en el privado. Precisamente por eso resulta tan increíble que pretenda convencernos ahora de que Krugman y él (más bien, él y Krugman) fueron los adalides de la lucha contra la creación de la moneda única, porque, de ser así, no hubiera habido ni altos designios ni puestos importantes, habría incrementado seguramente el ejército de los marginados y los silenciados.


Paul Krugman es norteamericano y por ello pudo estar desde el principio en contra de la Unión Monetaria Europea sin que esta postura haya sido óbice para que continuase gozando de enorme reputación académica, aunque quizá sí podría haber sido impedimento para que sus artículos se publicasen entonces en El País. En España en aquellos primeros años, adoptar una postura crítica frente a Maastricht y la Unión Monetaria era poco menos que situarse fuera del sistema, ser tenido inmediatamente por vetusto y carente de todo rigor científico. Lo que se podía afirmar al otro lado del Atlántico estaba censurado en nuestros lares; es más, las opiniones negativas de los autores americanos se descalificaban con la caprichosa teoría de que la creación del euro perjudicaría al dólar. Solo algunos, muy pocos, y entre los que desde luego no estaba Guillermo de la Dehesa, nos atrevimos a desafiar la opinión oficial, que se había convertido en casi la única opinión publicada, pagando por ello el correspondiente precio.


Hoy, las cosas han cambiado. Paul Krugman escribe todas las semanas en El País. La realidad nos muestra de forma reiterada, un día tras otro, lo que durante tantos años no se ha querido ver. Hoy, se pueden realizar determinadas afirmaciones sin recibir la condena social, y es por ello por lo que hoy, y no entonces, Guillermo de la Dehesa, aunque de forma elegante y moderada, como siempre lo es su comportamiento, pone en duda que la Eurozona tenga futuro. Más vale tarde que nunca, porque, aun ahora, la gran mayoría continúa negando la realidad, aferrándose a la utopía y cantando las excelencias del euro.


De la Dehesa, en el artículo citado, viene a reconocer que "el primer pecado de la Eurozona fue creer que una unión monetaria podía ser viable sin necesidad de crear al mismo tiempo una unión fiscal" y añade que "creer que la UE con un presupuesto que representa el 1% del PIB (frente al 20% del PIB en EE UU y Canadá) puede hacer frente al choque asimétrico de un Estado miembro es ridículo". No puedo estar más de acuerdo, pero todo ello se sabía y estaba presente al firmar el Tratado de Maastricht, o incluso antes durante toda su larga etapa de preparación, y por eso es tan grande la responsabilidad de los que lo firmaron o de todos aquellos que entonces guardaron un silencio cómplice.


No me imagino yo a Guillermo de la Dehesa diciéndole a su buen amigo Felipe González a la vuelta de Maastricht que era un iluso o un traidor. Porque o bien sabía lo que había firmado y ello significaba que a medio plazo la economía española, al igual que otras del Sur de Europa, se iba a encontrar en una atroz ratonera o, lo que es más probable, su adhesión obedecía a la ignorancia más absoluta, al papanatismo, y a la petulancia de creer que con los fondos de cohesión había puesto una pica en Flandes y conseguido un gran triunfo para los países económicamente más débiles, sin considerar que su montante era ridículo y totalmente inoperante, lo que certifica, como ahora afirma con acierto De la Dehesa, la irrisoria cuantía a la que asciende el presupuesto comunitario.


En realidad, el pecado original radica en querer constituir una Unión Monetaria con países económicamente tan heterogéneos, porque si es totalmente cierto que esta resulta inviable sin realizar al mismo tiempo la unión fiscal, también lo es que los países ricos no aceptarán nunca una integración de este calado, que implicaría enormes transferencias de recursos de estos Estados a los de menor renta. Cuando hablamos de Unión Fiscal nos referimos -y así lo entiende Guillermo de la Dehesa- a una verdadera integración de la hacienda pública, tanto de ingresos como de gastos, y no a esa concepción reduccionista con que a menudo se emplea el término, limitándolo tan solo a la coordinación en el control del déficit público.


Tal vez la mejor forma de entender lo que representa una auténtica unión fiscal sea considerar lo que ha ocurrido con la unificación alemana y el coste en el que ha tenido que incurrir la Alemania Federal para llevarla a cabo. Es totalmente comprensible que ni el país germano ni el resto de los países de mayor renta de la UE estén dispuestos a hacer un sacrificio de tal naturaleza. Pero, por eso mismo, los gobiernos de los demás Estados no debían haber aceptado nunca la Unión Monetaria, que dejaba a sus economías sin defensa, al pairo de los mercados y en manos de los países ricos que, antes o después, se habrían de convertir en acreedores.


Guillermo de la Dehesa afirma que el BCE es la única institución de la Eurozona que realmente hace política económica. Lo cierto es que su política ha sido habitualmente errática, contradictoria y tardía, como quizá no podría ser de otra forma, ya que resulta imposible aplicar una política común que convenga a economías tan dispares. En realidad, lo que ha primado hasta ahora han sido los intereses de Alemania y demás países del Norte, que han presionado fuertemente a la institución para que se plegara a sus conveniencias. El problema de fondo es el mismo, que una unión monetaria precisa una unión fiscal y que una unión fiscal implica una unión política, unión política que resulta totalmente utópica contemplando la enorme heterogeneidad y distancia que separa aun hoy a los Estados miembros, tanto más cuanto que se optó de la forma más terminante por crecer en extensión (ampliación) y no en intensidad.


Según se han ido haciendo presentes los graves problemas que se derivaban de la Unión Monetaria, algunos analistas, entre los que se encuentra Guillermo de la Dehesa, han dirigido su mirada a la mutualización de la deuda como posible solución. Yo diría que más bien como paliativo. En realidad es intentar corregir lo que no tiene arreglo. Primero aparece el contratiempo, que no es menor, de que ni siquiera este pequeño paso se previó en los tratados. En segundo lugar, que resulta muy complicado mutualizar deudas sin que exista un presupuesto común cuantitativamente relevante. Y, en tercer lugar, que no se solucionaría el problema de fondo, como mucho serviría tan solo para suavizar y retrasar las contradicciones. Yo creo que mi amigo Guillermo lo sabe, pero que recurre a esta medida porque le da miedo (a todos nos da pavor) aceptar lo que resulta evidente: que la Unión Monetaria no tiene solución y que la Eurozona, más pronto que tarde, está llamada a su disgregación. Quizá sea por esa misma razón por la que él, siempre tan moderado y prudente, tituló el artículo en forma interrogativa, "¿Tiene realmente futuro la zona euro?", sin atreverse a ratificar abiertamente su inviabilidad.


De todos modos, no puedo por menos que darle la bienvenida al bando de los escépticos, y felicitarle porque aun hoy, cuando todos los signos son claros, son muy pocos los que tienen el coraje o la clarividencia de mostrar los errores sobre los que está asentado el proyecto de la Unión Monetaria y cuestionarse al menos su viabilidad.